Frida Kahlo, encarnación del sufrimiento humano, la mujer que vivió
por delante de su tiempo, la artista ignorada en su día y ahora
universalmente admirada, desembarca en Europa, con una primera escala en
el Bozar de Bruselas, camino de Berlín y Viena. Diecinueve telas,
muchas de ellas emblemáticas, un aguafuerte, seis dibujos, un recorrido
fotográfico por su vida y el texto de su diario ilustran una intrigante
historia de amores robados, repudios suprimidos y el triunfo de la
serenidad. "Lo que hay que subrayar es su valor como artista hija de la
revolución, y revolucionaria en su arte y su vida de mujer libre,
liberal y libertina, muy libertina", apunta Carlos Phillips Olmedo,
director del Museo Dolores Olmedo, del que proceden las obras viajeras.
La figura icónica de Frida Kahlo (1907-1954) es una de las más
hipnotizantes de la historia de la pintura. Posee la fuerza absorbente
de un agujero negro que hace olvidar que Kahlo fue una artista en
sintonía con su tiempo, revolucionaria en lo social y representante de
lo que México vivió en la primera mitad del siglo XX, el de la
transición de una sociedad agraria a otra que se quiere industrial.
Kahlo fue mujer de sufrimiento largo, vida intensa y obra corta que
tiene uno de sus principales focos en el Museo Dolores Olmedo, donde se
dan la mano las pasiones (positivas y negativas) del universo de la
creadora. El amor de Alejandro Gómez, que Frida arrebató a Dolores, creó
entre ambas, amigas de colegio y de lucha en la universidad, una
animadversión mutua que sólo la muerte prematura de la artista, a los 47
años, puedo aplacar. Dolores, que llevaba décadas sin ver a Diego
Rivera -el marido de ida y vuelta de una Frida de amores de ida y
vuelta, entre ellos el de Trotski y siempre el del poderoso Rivera-, lo
encontró al poco tiempo y, convertida en mujer de fortuna, acogió en su
casa al muralista de la revolución en los últimos días de vida y
enfermedad.
Por Rivera hizo Dolores uno de los mayores sacrificios de su vida:
comprar casi una treintena de obras de su aborrecida rival en amoríos
cuando se puso a la venta la colección que había formado otro amigo de
Kahlo. Rivera no quería que el conjunto, un completo resumen de la
creación de Kahlo, se dispersara. La adquisición no supuso un martirio
económico (Dolores podía pagar y hace cinco décadas Kahlo no era la
estrella que es hoy), sino emocional. Pero el destino ha compensado con
creces el sacrificio de Dolores por Diego y hoy Frida Kahlo no puede
comprenderse sin conocer las obras del museo de Xochimilco. Desde el
angustioso La columna rota, al aparentemente sereno Autorretrato con changuito, pasando por el revelador Mi nana y yo o la denuncia de la violencia machista de Unos cuantos piquetitos,
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