de Voz Púrpura,
Muchísimo antes de que los gurús llegaran a Estados Unidos con los mantras y la meditación, las mujeres que se preparaban para ser ancianas, así como las mismas ancianas, encontraban el momento y
el modo para meditar. Llamémosle "lavar los platos y mirar por la
ventana", "doblar la ropa y pensar", "soñar despierta "o "no hacer
nada". A lo mejor empezó como aquel ratito en que una se tomaba una taza
de café o té en silencio antes de que la casa despertara y comenzara el
alboroto que sólo se daba por concluido cuando lográbamos que todos
salieran por la puerta.
Puede que fuera lo que hacíamos al pasear, o incluso lo que nos sucedía atrapadas en ese atasco diario. En ese momento nos venía a la mente una idea, o veíamos en todo su esplendor algo bonito, o bien recordábamos un sueño o una conversación. Era una especie de reunión interna cualquiera de duración indefinida en la cual el silencio invitaba a rememorar pensamientos, imágenes y sentimientos en un lugar más espacioso, situado en la mente o el corazón, observarlos, cuestionarlos o valorarlos por encima.
Las mujeres que se preocupan sin cesar no meditan en absoluto. Insistir en mantener conversaciones del tipo "ella me ha dicho o él me ha dicho" o albergar pensamientos catastrofistas no es meditar. La meditación no es preocuparse o rememorar dolores y resentimientos pasados, ni siquiera confeccionar listas de propósitos. El foco de atención, en tales casos, es interior, aunque no existe espacio abierto alguno donde albergar pensamientos y asociaciones mentales, y tampoco para que resurjan sentimientos e imágenes que podamos observar sin sentirnos vinculadas a las preocupaciones, la culpa o la rabia.
En la actualidad se enseña la introspección, pero muchas mujeres la llevan a cabo de un modo natural. Si te gusta disfrutar de tu propia compañía, valoras el tiempo que pasas sola y descubres, a medida que envejeces, que pareces haberte vuelto más introvertida, es muy probable que hayas estado practicando tu propia forma de meditación.
Texto desarrollado y adaptado por Brenda A. Ramos García (Voz Púrpura)
Referencia Bibliográfica: Las Brujas no se quejan. Jean Shinoda Bolen
Puede que fuera lo que hacíamos al pasear, o incluso lo que nos sucedía atrapadas en ese atasco diario. En ese momento nos venía a la mente una idea, o veíamos en todo su esplendor algo bonito, o bien recordábamos un sueño o una conversación. Era una especie de reunión interna cualquiera de duración indefinida en la cual el silencio invitaba a rememorar pensamientos, imágenes y sentimientos en un lugar más espacioso, situado en la mente o el corazón, observarlos, cuestionarlos o valorarlos por encima.
Las mujeres que se preocupan sin cesar no meditan en absoluto. Insistir en mantener conversaciones del tipo "ella me ha dicho o él me ha dicho" o albergar pensamientos catastrofistas no es meditar. La meditación no es preocuparse o rememorar dolores y resentimientos pasados, ni siquiera confeccionar listas de propósitos. El foco de atención, en tales casos, es interior, aunque no existe espacio abierto alguno donde albergar pensamientos y asociaciones mentales, y tampoco para que resurjan sentimientos e imágenes que podamos observar sin sentirnos vinculadas a las preocupaciones, la culpa o la rabia.
En la actualidad se enseña la introspección, pero muchas mujeres la llevan a cabo de un modo natural. Si te gusta disfrutar de tu propia compañía, valoras el tiempo que pasas sola y descubres, a medida que envejeces, que pareces haberte vuelto más introvertida, es muy probable que hayas estado practicando tu propia forma de meditación.
Texto desarrollado y adaptado por Brenda A. Ramos García (Voz Púrpura)
Referencia Bibliográfica: Las Brujas no se quejan. Jean Shinoda Bolen
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