lunes, 23 de julio de 2012



 “Las células madre tienen la propiedad de transformarse en cualquier tipo de células del cuerpo, por lo que potencialmente pueden ser utilizadas para reemplazar tejidos u órganos enfermos. […] La proporción de éxito de las células madre e...xtraídas de sangre menstrual es cien veces mayor a la obtenida con células madre extraídas de la médula humana, según Shunichiro Miyoshi, cardiólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Keio (Japón), y uno de los autores de la investigación. […] Miyoshi defendió que la sangre menstrual podría utilizarse para hacer acopio de un tipo de células que contienen varios sistemas de HLA (Antígenos de Leucocitos Humanos), claves para el sistema inmunitario.” Agencia Colpisa, “Diario Sur”


* Fragmento de texto sobre el uso medicinal de la sangre menstrual por los aborígenes australianos según recoge la escritora Marlo Morgan en su libro Las voces del desierto:
“Unas semanas antes le había preguntado a Mujer-que-Cura qué hacían las mujeres cuando tenían la menstruación, y ella me había mostrado unas compresas hechas de juncos, paja y finas plumas de pájaros. Después, de vez en cuando, observaba que una mujer abandonaba el grupo para internarse en el desierto y ocuparse de sus necesidades. Enterraban la pieza sucia igual que enterrábamos nuestros excrementos diarios, como hacen los gatos. Ocasionalmente, sin embargo, había advertido que una mujer volvía del desierto con algo en la palma de la mano, que llevaba a Mujer-que-Cura. Ésta abría el extremo superior de su largo tubo. Observé que estaba forrado de las hojas de plantas que usaron para curarme los pies llagados y las quemaduras del sol. Mujer que Cura metió dentro el enigmático objeto. Las pocas veces que me acerqué, me llegó un insoportable hedor. Finalmente descubrí lo que guardaban en secreto: grandes coágulos de sangre expulsados por las mujeres.
Aquel día Mujer-que-Cura no abrió el extremo superior del tubo, sino el inferior. No salió ningún tufo. No desprendía ningún mal olor. La mujer apretó el tubo con la mano y surgió una brea negra, espesa y reluciente, que utilizó para unir los bordes desiguales de la herida. Literalmente los alquitranó, untando la sustancia por toda la superficie de la herida. […] Durante varios días la examiné de cerca y observé cómo se secaba la negra sustancia natural y empezaba a desprenderse. Al cabo de cinco días había desaparecido; sólo quedaban unas delgadas cicatrices […]” Marlo Morgan, “Las voces del desierto”
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